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miércoles, 11 de mayo de 2011

Diversidad cultural y escuela: ¿es posible hoy un proyecto intercultural?

Hay una creciente conciencia de que es imposible plantearse este siglo XXI sin meditar sobre un nuevo adjetivo que caracteriza nuestra sociedad: multicultural.
Todo el mundo habla de multiculturalidad, y lo hace desde posiciones ideológicas y políticas diversas, incluso antagónicas. De lo que se deduce que no es posible que todo el mundo hable de lo mismo.

No sólo no hay consenso respecto a la interculturalidad, tampoco hay acuerdo respecto a la deseabilidad de la multiculturalidad.

Más diferentes y más iguales

Nuestras sociedades son multiculturales. Pero, al mismo tiempo, nunca en la historia hubo tal cantidad de productos culturales que, atravesando todas las fronteras, establecen parecidos modos de divertirse, de comprar, de relacionarse; estilos de vida, cultura. El debate de la globalización pone en evidencia cómo nuestras sociedades se ven afectadas por parecidas influencias de préstamo e interacción cultural y cómo a menudo éstas desembocan en procesos de uniformización cultural.

En este sentido, me parece importante analizar la producción de cultura popular infantil y juvenil de las empresas comerciales y como ésta afecta a la manera de pensar de niños y jóvenes. Las películas, los libros, los videojuegos... dirigidos a este público moldean el modo en que los niños perciben su realidad social y cultural.

En consecuencia, es necesario reconsiderar el concepto de “contexto cultural” y entender que hoy está sometido a influencias que van más allá del ámbito de lo local. El proceso de enculturación está, cuanto menos, mediado por poderosos mecanismos de difusión de productos culturales que los hacen llegar a todos los rincones del planeta.

Así las cosas, la escuela debe sumar una nueva demanda a su propuesta educativa, educar para construir una sociedad intercultural; para vivir en contextos heterogéneos, para construir comunidad desde la diversidad identitaria. Objetivos extremadamente complejos y ambiciosos. Pero recordemos un par de las verdades del optimismo pedagógico. Primera: quizás la escuela no cambie el mundo, pero sin ella no será posible hacerlo. Segunda: no hay hoy proyecto de socialización democrática (de justicia social, de igualdad, de interculturalidad) más potente que lo que llamamos educación pública.

Sociedad intercultural y escuela pública

Nuestros hijos e hijas pasan largos años de su vida en un contexto de socialización escolar. Y la escuela puede significar proyectos vitales distintos. He aquí un lugar donde empezar a imaginar una sociedad intercultural. Para este propósito, podemos destacar tres de las propuestas de la educación intercultural:

Organizar experiencias de socialización basadas en valores de igualdad, reciprocidad, cooperación, integración.

Aprovechar la diversidad cultural como instrumento de aprendizaje social.

Dotar de destrezas de análisis, valoración y crítica de la cultura.

Sólo hay un tipo de escuela que pueda aspirar a cumplir estos objetivos. Ésta no puede ser sino un espacio laico, aconfesional, no adoctrinador, crítico, abierto, comunitario... Una escuela que dialogue con el medio, que interprete cuáles son sus demandas, que no procese los alumnos en función de su adscripción, su procedencia geográfica, su cultura... Un espacio igualitario, no selectivo, no segregador, esto es, público.

La escuela que puede ambicionar estos objetivos es la que intenta educar en valores de diversidad y solidaridad. Y la práctica cotidiana, regular, sistemática y contextualizada de estos valores sólo se puede hacer en un espacio donde haya diversidad. No se puede nadar sin agua: no se puede educar en la diversidad sin diversidad.

Educar en y para la diversidad requiere de una escuela pública. Esta es condición necesaria pero no suficiente. Una escuela pública que aspire a un proyecto educativo intercultural debe trabajar en muchas direcciones. Destacaré una de esas vertientes, la que se emplea en evidenciar la naturaleza política de muchos conflictos pretendidamente culturales.

La escuela puede situar como motivo de trabajo el análisis de la realidad social. A menudo nos acercamos a su conocimiento desde una interpretación de determinados conflictos y relaciones entre grupos. Conflictos que se presentan con frecuencia como disputas culturales y que, a menudo, no son sino conflictos estructurales, contiendas de estricta justicia social, de insuficiencia de los recursos sociales, de desigualdad en su reparto... Hay muchos ejemplos de conflictos que a pesar de presentarse como étnicos, raciales, religiosos, interculturales, a poco que se analicen, se revelan como situaciones generadas por la pobreza o la injusticia social.

Enseñar a nuestros alumnos/as a analizarlos, entenderlos y, en su caso, denunciarlos, sería una buena manera de educarnos contra el nuevo racismo culturalista que sitúa en el centro de la polémica el factor cultural y hace de él el motor y causa del conflicto. Para este neorracismo excluyente resulta útil generar una cierta “descalificación cultural” de los diferentes que justifica y legitima los procesos de marginación. O sencillamente avala las tesis de la problematicidad de la multiculturalidad, de su inconveniencia. Más aún: se acaba configurando una percepción de la realidad social donde la desigualdad se asume como natural, ocultando los intereses a los que responde, encubriendo las implicaciones políticas que se manifiestan en las relaciones de dominación.

Quizás si somos capaces de educarnos en el análisis de estas situaciones y desvelamos su naturaleza política y económica favoreceremos las posibilidades de una sociedad intercultural: mejorar la existencia de las personas es la mejor garantía para generar una mayor y mejor relación entre los grupos que componen la sociedad, para crear comunidad. Sería peligroso separar el debate sobre la diversidad cultural de la lucha contra la marginación y la desigualdad. Porque si aumentan las desigualdades y se relacionan a la adscripción “étnico-cultural”, se dificultan definitivamente las posibilidades de una comunidad cohesionada e integradora.

Construir una sociedad intercultural nos puede ayudar a reformular el debate sobre la desigualdad. Hay muchas otras razones para defender un proyecto de escuela pública. Esta sería una más: para educar en una sociedad intercultural, sólo hay un proyecto educativo posible, educar en un contexto plural, sin segregación, sin exclusión, sin guetización; un proyecto de cohesión e integración social. Y visto así, el proyecto de construir una sociedad intercultural no es sino una nueva versión de la lucha por una sociedad igualitaria, justa. De lo contrario, quizás Touraine tenga razón y hagamos mucho ruido para nada...


Fuente: Xavier Lluch

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